viernes, 4 de diciembre de 2009

NOTICIA BIBLIOGRÁFICA DE ESTE CÓDICE DEL SIGLO XIV.
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Después de 570 años de escrita en el viejo pergamino y encerrada en los archivos esta preciosa Relación, hecha por un testigo ocular de aquellas sangrientas y famosas disputas que sobre jurisdicción temporal movieron al arzobispo de Santiago D. Berenguel de Landoria y al infante D. Felipe, Adelantado-gobernador de Galicia, y de las cuales fue víctima, con los caballeros y procuradores del Concejo de Compostela, el engañado anciano, Pertiguero mayor de la Iglesia del Apóstol, D. Alonso Suárez de Deza, (vulgarmente conocido por el Churruchao,) tenemos la honra grande de darla a luz por vez primera, para satisfacción de los hombres eruditos y de los amantes de la historia patria.
Cuando hace un año anunciábamos esta publicación, hemos procurado acertar con el nombre desconocido del autor de tan famoso Códice gallego, y decíamos lo siguiente:(Véase nuestra Revista de Antigüedades Galicia Diplomática, en el tomo III, 1888, páginas 81 al 85.) <> De suerte que la historia de los Churruchaos, adornada de tantas fábulas por el vulgo, las que sanciona y aumenta cada día la imaginación de los poetas, va a sernos revelada, al fin, con entera verdad, por quien fue actor y parte en tan ruidosos acontecimientos y tuvo el cuidado de dejarlos consignados, lo más minuciosamente que le fue posible, y día por día.
En el no terminado Diccionario de escritores gallegos, sección de anónimos, el Sr. Murguía vierte la especie de que, posiblemente, fue el autor de esta curiosísima relación el tan renombrado canónigo de Santiago Aimerico de Anteiaco, añadiéndose con bastante inexactitud, (porque el referido Aimerico no vivía en el siglo XIV) que este canónigo es nombrado en ella entre los testigos que presenciaron la colocación de la cabeza de Santiago Alfeo en el nuevo relicario de plata que el arzobispo D. Berenguel mandó hacer después de conseguido el triunfo sobre los compostelanos; pero, por más que a este citado canónigo se le considere, también malamente, como autor de la descripción de la ciudad y catedral de Santiago del Papa Calixto II, o por lo menos como el de las agregaciones que se le pusieron a tan riquísimo Códice del siglo XII, nosotros hemos de creer muy poco meditadas todas estas opiniones, y que Aimerico de Anteiaco no puede ser, ni es, el Aymunto, Canónigo, que leemos en las copias del manuscrito de que venimos haciendo estudio, ni menos aún aquel compañero inseparable del antiguo general de los dominicos, Berenguel VIII, en sus excursiones bélicas por España, a las que no le siguió ningún canónigo de Compostela.
No atinamos, ingenuamente hablando, de donde pudieron sacar nuestros historiógrafos tan peregrinas deducciones que trastornan el orden de los tiempos, y hacen vivir durante varios siglos al canónigo Aimerico, resucitándole con el nombre de Aymunto.
El Cronista de la orden de los predicadores, fray Hernando del Castillo, al hacerse cargo de este Códice que vio en el colegio de San Bartolomé de Salamanca, dice que los compañeros inseparables del prelado dominico, durante estas Guerras, fueron el prior del convento de Santo Domingo de Bonaval, extramuros de Compostela, (cuyo nombre no declara por no haberlo sabido) y los hermanos en la misma orden, Hugón y Bernardo, que se dicen en este Códice, efectivamente, <> del general Fr. Berenguel, y uno de los cuales, debió escribir en honor suyo, este brillante panegírico.
Tal opinión es para nosotros más que aceptable; pues además de que el nombre de Aimerico no aparece en el manuscrito como creyó el ilustre autor del Diccionario antes citado, los canónigos de Compostela no brillaron en aquella ocasión por su lealdad a Fray Berenguel, antes se dividió o se disolvió el Cabildo, adhiriéndose sus miembros, los unos a la revolución y los otros a la neutralidad, huyéndose a sus tierras; en tanto que aparecen unas veces en Noya y otras en Pontevedra y en Iria, algunos pocos de que apenas se hace mención expresa, faltándose como de intento en este manuscrito a la consideración y honra debidas a un cuerpo tan importante de la iglesia Compostelana: y es evidente que, si algún canónigo, (aunque fuese el francés Aimerico,) hubiera redactado el Códice de las Guerras, ni faltaría a este espíritu de compañerismo, (casi un deber entre quienes vivían en comunidad,) o al menos hubiera hecho especial mención de sus compañeros, detallando la parte buena o mala que cada uno de ellos o los principales habían tomado en la revuelta, deteniéndose en punto tan esencial y aún defendiéndoles y haciendo notar por su parte que un canónigo, al menos entre tantos, había sido fiel al arzobispo siguiéndole en todas sus arriesgadas empresas, cosas que no resultan de la relación escrita, de la cual no sale bien parada, repetimos, la honra de un Cabildo tan poderoso, como tan poco distinguido, entonces, en la defensa de su prelado.
La simple lectura del Códice nos manifiesta, en cambio, clara y evidentemente, que lo ha redactado una mano dominica, no exenta, por eso, de apasionados impulsos. Desde las primeras páginas se nota la afección a la orden de Santo Domingo, deteniéndose con especiales conocimientos y cuidados, en la relación minuciosa de los estudios, grados y títulos alcanzados dentro de ella y desde su niñez por el general Fr. Berenguel; después, en la mención del peligro que corrió éste, cuando ya era arzobispo de Santiago hallándose dentro del convento de Bonaval sitiando a la ciudad, y cuando los compostelanos dispararon el trabuco desde la muralla; y en fin, en los estupendos milagros, todos favorables a la orden de los predicadores y que supone ocurridos en la memorable noche del 16 de Septiembre de 1320, cuando fueron despedazados los once caballeros parlamentarios del Concejo; todo esto, aparte de los variados títulos de Padre y Señor, etc. con que el biógrafo trata a Fr. Berenguel.
Era natural que, habiéndose casi demolido en estas guerras el pequeño y naciente monasterio de Bonavallis (fuera de los muros de Compostela,) los pocos religiosos que en él habitaban siguiesen, perseguidos, la suerte de su arzobispo y general, de estos se indican, en efecto, tres compañeros inseparables; pero fuesen Fr. Hugón o Fr. Bernardo, o el prior Gonzalo los autores del Códice, aún resulta a favor de éste último, además de su mayor categoría, un nuevo dato. El autor del M.S. parece ser español y no francés, cuando exclama lleno de asombro, después de ver por sus propios ojos la muerte horrible dada a D. Alonso Suárez de Deza (el Churruchao,) y a sus nobles compañeros:
<< ¡ O res nimium admiranda summoque studio memoriae perpaetuae comedanda, quod homo sie prepotens cum alijs quasi aequipotentioribus per homines alienigenas morte sie inopinata et horribili fuit trucidatus ! >>
No hemos de detenernos en la refutación de cuanto se relaciona en los escritos de Calixto II atribuidos al canónigo Aimerico y que no corresponden a este tiempo; tampoco examinaremos siquiera la diversidad de estilos que, desde luego se nota entre aquellos y el Códice de estas Guerras. Advertiremos, solamente, que por el mucho conocimiento que del país y de sus cosas demuestra el anónimo autor, pudiéramos suponerle, no sólo dominico español, sino gallego y versado en este género de apologías e historias como escritor distinguido, y, por lo tanto, tal vez aquel Gonzalo de Saz, prior del convento de Bonaval de Santiago, que tanta participación tomó en los acontecimientos de que hablamos << como principal negociador y tratador de la paz>> y para el cual no tiene el Códice la menor palabra de elogio, antes se evita el citar su nombre hasta el punto de que, el cronista de su Orden, Hernando del Castillo, no llegó a saberlo.
En la Historia del origen y fundación del convento das donas de Val-vis, que nosotros hemos tomado inédita de un M.S. gallego de aquellos tiempos, perteneciente al archivo del monasterio de Bonaval (y hemos publicado en nuestra citada Revista de Antigüedades, Tomo I, páginas 66 y siguientes) dase a conocer la importante personalidad de Fr. Gonzalvo de Saz en 1314, como doctor en Teología y encargado por un Capítulo general que se celebró en la villa de Rivadavia, para ir a Castilla y traer las primeras religiosas dominicas, poniéndose bajo su cuidado el establecimiento del referido monasterio, para el cual doña Thereija Gonzálvez, (que se confiesa hija suya) había donado cuanto poseía en el lugar de San Mamed de Carnota.
Hacemos estas indicaciones útiles para el esclarecimiento de los sucesos narrados en el Códice, y entre los cuales no es poco interesante la fundación y engrandecimiento de estos monasterios de Compostela al advenimiento a la sede del Arzobispado, ex-general dominico Fr. Berenguel de Landoria. La parte de fundador que le dan las crónicas de la Orden y las difíciles comisiones diplomáticas que para el arreglo de la paz en tantas capitulaciones concertadas por los compostelanos desde 1318 a 1320 le había confiado el arzobispo, dábanle a Fr. Gonzalvo de Saz el lugar más importante en el Códice que tenemos a la vista, y en cuya relación circunstanciada y según venimos notando, no sólo se le niega todo elogio, sino que, siendo el primero, figura siempre el último de todos, de la manera más humilde, entre los testigos presenciales de los hechos.
Aun llegado el momento más solemne, el momento de la reunión del Concilio en el monasterio de Antealtares para recibir pleito homenaje de la ciudad y extender los documentos notariales, el autor del Códice va refiriendo los asistentes al acto, hasta terminar por los Abades de Ante-altares y de San Martín de afuera, el Prior del monasterio de Sar, y... ¡siéndole ya forzoso nombrar al Prior de los Predicadores del convento de Compostela, lo hace en esta frma: <>
Esta humildad, en uno de los más importantes personajes de la historia, como era Gonzalo de Saz; el título que se da de simple hermano, y la ausencia del canónigo Aymunto que Murguía creyó Aimerico de Anteiaco, nos da sobrados motivos para suponer a aquel, y no a éste, como autor del Códice de que tratamos.
Dominico gallego, fundador del monasterio de las donas de su orden, doctor teólogo y escritor, compañero inseparable de Fr. Berenguel, y negociador principal de las paces con los compostelanos Gonzalvo de Saz debió escribir estas memorias apologéticas de su <> memorias tan apasionadas respecto a aquél, como modestas y oscuras tocante a la persona del autor, quien se reduce a poner término a su trabajo con estos versos:
< Semper cum Domino vivat.>>
El P. Fr. Hernando del Castillo, repetimos, es de opinión que este Códice fue escrito por uno de los tres compañeros del arzobispo y testigos de vista en todos sus hechos. En el capítulo XXXVIII de su Crónica de la Orden de Predicadores, tomo II, página 62, dice que a la colocación de la cabeza de Santiago Alfeo en el busto de plata que hoy la contiene, halláronse presentes no Aymunto, sino el prior de Santo Domingo y los frailes Hugón y Bernardo, todos tres compañeros inseparables del arzobispo y <>
Una prueba más nos ofrece de su modestia el que más trabajó por la pacificación de los compostelanos y por la salvación del templo y de sus intereses. En la catedral sufrió el arzobispo una prisión y asedio por hambre, durante trece días. Acompañábanle los tres citados hermanos en la Orden; y cuando el prelado pudo huir, gracias a la generosa protección del Churruchao (a quien después pagó dándole horrible muerte en la Rocha), levantose el inútil cerco de la iglesia, y fueron también puestos en libertad los frailes predicadores.
Entonces se llevaron éstos, habiéndolas salvado del incendio y de la profanación, las reliquias que estaban en una urna y que resultaron ser la cabeza de Santiago, etc.
Al dar cuenta el autor de este Códice de semejante hecho y de la restitución que luego hicieron al templo en la fiesta solemne del 24 de Julio de 1321, vuelve a omitir su nombre e intervención, citando sólo a sus hermanos Hugón y Bernardo como autores de la piadosa sustracción y ofrenda, que es hasta donde pudo llegar la fina delicadeza de este autor.
No creemos equivocarnos, pues, en atribuir este Códice al gallego Fr. Gonzalo de Saz; pero sea como quiera, sus páginas de pergamino fueron escritas después del año 1321; y el original que debía arrojar mucha luz sobre estas dudas, desapareció del archivo de la catedral de Santiago donde debía conservarse, sucediendo quizá esta pérdida al tiempo de hacerse una hermosa copia de nueve hojas de pergamino, a folio, en dos columnas de bien cortada letra gótica, por los años de 1347.
En el mismo año, en igual volumen y de la misma mano se continuó la copia de la Historia Compostelana, escrita en el siglo XII por Munio y Hugo, obispos de Mondoñedo y Porto y por Girardo, canónigo y Tesorero, en 107 hojas y otra copia también del Cronicón Iriense, habiéndose perdido, igualmente, y sin duda por idéntico motivo, todos los originales de lo copiado.
Al Colegio Viejo de San Bartolomé el Mayor de Salamanca fueron a parar los nuevos códices, llevados, en tiempo de los Fonsecas; y actualmente este volumen inapreciable que los contiene, se conserva en Madrid, en la Biblioteca de S. M. (signado 2, D.2.) reunidas todas las 116 hojas en pergamino de que consta, bajo una encuadernación moderna.
En diferentes épocas se hicieron de éstas, otras varias copias en papel, habiendo dos en la misma biblioteca real; otra en la de la Academia de Historia, hecha por D. Mateo Murillo; otra en la Colombina de la catedral de Sevilla; y en la Nacional otra, signada F.54, página 270.
De esta última Biblioteca y por magnífico regalo que se dignó hacernos el renombrado anticuario gallego y amigo nuestro distinguidísimo D. José de Villa-amil y Castro, se ha tomado esta última copia corregida y confrontada con toda escrupulosidad; y otro querido amigo nuestro se encargó al momento de la traducción más literal y ajustada que pueda darse a este género de Códices antiguos. Versado en las decadencias y progresos de la lengua latina en los documentos españoles de la Edad Media, el licenciado en medicina D. Pedro Rodriguez y Rodriguez en su retiro de Negreira se ha propuesto ayudarnos en la obra patriótica de dar a luz en castellano el triple códice del Colegio viejo de San Bartolomé de Salamanca, habiendo ya conseguido el aplauso de los eruditos con la publicación del Cronicón Iriense, (anotado en las páginas 258-364 del primer tomo de Galicia Diplomática;) continuando su afanosa tarea con las presentes <> y dando por terminada su obra en honor de la historia y de las letras gallegas con la traducción de la Historia Compostelana que ya tenemos anunciada.
Por último, como las fábulas más vulgares y todo género de novelas románticas han corrompido profundamente la verdad de la Historia en lo que se refiere a los Churruchaos, nos hemos permitido anotar convenientemente tan inestimable y auténtica Relación, a fin de arrojar brillantísima y abundante luz sobre aquellos sucesos, y demostrar patentemente los grandes errores en que incurren con frecuencia muchos A.A. para que, dándose de baja sus obras en las bibliotecas, como inútiles y embaucadoras del espíritu popular, resplandezca y se evidencie más el inapreciable valor de nuestro Códice, escrito por un testigo ocular de aquellas jornadas sangrientas que dieron origen a iguales o más terribles represalias cuarenta y seis años después, con los sacrílegos asesinatos del arzobispo D. Suero Gómez de Toledo y su deán Pero Alvarez, en los sagrados recintos de la basílica Compostelana.

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