FAMOSO CODICE INEDITO DE LAS GUERRAS DE D.BERENGUEL DE LANDORIA, ARZOBISPO DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
I
Año del Señor de1317.En el mes de Julio, siendo Papa el Santísimo padre D. Juan XXII, fue electo y confirmado arzobispo de Compostela el reverendo en Cristo D. Fr. Berenguel de Landoria del Orden de los Hermanos predicadores en el reino de Francia. Varón, ciertamente de noble estirpe, descendiente por linea recta de los condes de Rhodez, había nacido en el castillo de Solomedio; pero más que por su prosapia era ilustre por su religión y costumbres. (1)
Este, pues, apenas hubo entrado en la edad juvenil, sobreviniéndole entre sus contemporáneos todo género de prosperidades según el fausto del siglo, halagándole el mundo por todas partes, conoció luego patentemente sus falacias, las ilusiones engañosas de la carne y las perfidias del diablo: y como era un niño de buena índole y poseía una excelente alma, anteponiendo las cosas eternas a las perecederas, cambiando los transitorios deleites por los goces perdurables, menospreciando y abandonando espontáneamente todo lo terreno, ingresó en el Santísimo Orden de Hermanos Predicadores, aún contra la voluntad de sus padres.
En esta Orden esclarecida, como se hallaba fortalecido con tal cúmulo de virtudes, se perfeccionó de tal suerte en la religión y costumbres, de tal modo se consagró al estudio de las sanas doctrinas, que en corto período de tiempo mereció alcanzar, cursadas primero las ciencias filosóficas, el grado de Doctor en Sagrados Cánones, que le fue concedido en el convento de Tolosa, donde había recibido el hábito y donde se halla en su apogeo el Estudio General. De este grado, (que ya antes alcanzara en otros diversos conventos de su provincia, y que con tanta honra y gloria suya y de su Orden había ejercitado) mereció ser promovido al Bachillerato en Teología al perfeccionar su estudio; y después también, pasado poco tiempo ascendió al Magisterio por sus esclarecidos méritos. Y como su conversación era honesta y su religión pura e inmaculada, daba a los demás el ejemplo de vivir bien y de perfeccionarse: pues era amigo de la devoción, complaciente en la obediencia, bondadoso, circunspecto, respetable por su fama, admirable por su discurso y muy arreglado en todas las costumbres: por eso, y según las de su Orden, terminados que hubo los cursos del Bachillerato y del Magisterio fue elevado al grado de régimen (esto es, a las dignidades del gobierno) porque los hermanos de su provincia le nombraron Prior Provincial. Llegado después el tiempo oportuno, emprendió su segundo curso del Magisterio: dispensado temporalmente del cargo de Provincial marchó a Mougrium y terminado que hubo dicho curso fue repuesto en aquel cargo de Prior por unánime conformidad de los hermanos de la referida provincia, y por cuanto su bondad y probada discreción tomaban cada vez mayor incremento, fue nombrado luego Vicario General de toda su Orden.
En el Concilio de Viena (16-10-1311) celebrado por el Papa Clemente V, (2) desempeñó el cargo de presidente y representante de la misma Orden; y después en el Capítulo general que ésta celebró en el convento de Carcasona de su provincia, por la fiesta de Pentecostés (3) no queriendo Dios
Continuando, pues, en el expresado cargo (de General Dominico) fue enviado como Nuncio por el antedicho Sumo Pontífice, juntamente con el arzobispo Bicuricense y también con el Osciense (6) cerca del rey de Francia para inclinarle a establecer un tratado de paz con los flamencos: y cuando insistía aún en aquella importante negociación, recibió en el día del Apóstol Santiago (25 de Julio de 1317), las letras de su elección para arzobispo de Compostela, expedidas por el repetido Sumo Pontífice don Juan XXII.
Conformándose con esta invitación y nuevo cargo, una vez arreglados los asuntos (diplomáticos) de la región francesa, volvió a la corte romana antes de la fiesta de la Natividad (25 de Diciembre) del año dicho ( de 1317) y fue confirmado y consagrado en la octava de la Resurrección del Señor, (Abril del año siguiente) por mandato del mismo Papa: y saliendo de aquel lugar en la Octava de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo(7)(Abril 1318) emprendió la marcha hacia su Esposa, por muchos motivos desconsolada y casi privada de todo auxilio divino y humano.(29-06-1318)
Caminando en el mes de Agosto por Aragón y Navarra (con harto trabajo por parte suya y de los que le acompañaban) entró en el día de San Bartolomé (a 24 de aquel mes) en un punto llamado Logroño, ya en los dominios del rey de Castilla.(8)
Sabida su llegada, partieron mensajeros y guías en nombre de este rey y de la reina doña María, su abuela; recibidos en el lugar llamado Santo Domingo de la Calzada y ellos le condujeron hasta la corte de Valladolid donde a la sazón se encontraba aquel niño rey A. (9) en compañía de la referida reina. En la corte fue recibido halagüeñamente y honrado con toda clase de honores por los soberanos: pero luego, apresuradamente (10) salió para Medina del Campo, primer lugar de su provincia (eclesiástica de Compostela) donde los tutores del pequeño y fiel rey A. (Alfonso) los infantes D. Juan y D. Pedro, habían reunido sus respectivas curias (11)
En Medina del Campo fue el Legado recibido por los Infantes con los mismos honores y reverencias que en la corte; pero (Fray Berenguel) adoleció de una enfermedad que le tuvo indispuesto en la habitación de los hermanos menores (12) donde había sido hospedado; enfermedad que padeció largo tiempo en Toro y Zamora, donde luego se detuvo por espacio de más de un mes.(13)(finales de octubre de 1318)
A pesar de la enfermedad(que padecía) insistió(Fray Berenguel) en el despacho de los negocios que, cerca de los tutores del rey le fueran confiados por la Santa Sede, tocantes a la empresa de Granada (14) y terminados estos a satisfacción, honrado por diversos modos y regocijado por los infantes y delegados, muy en especial por el antedicho D. Juan y su consorte doña Isabel, a quienes había dispensado en virtud de la autoridad apostólica acerca de matrimonios ilícitamente contraídos entre los mismos, (y sus hijos), pudo (en cambio) alcanzar de dichos tutores, a quienes había suplicado favor para las cosas referentes a su Iglesia, y en particular del dominio (temporal) de la ciudad de Compostela, la confirmación de antiguos privilegios. (15)
Estos privilegios los había decretado el rey Fernando, (el IV) en tiempo de su predecesor (Rodrigo de Padrón) a medio de sentencia definitiva.
Saliendo, con esto, de Zamora, por más que débil aún, dirigió directamente su marcha hacia Galicia, y (cuya capital eclesiástica y señorial) su ciudad de Compostela. Llegó a Mellid, lugar de pertenencia de su Iglesia en el día de San Martín.(12-11-1318) (16) Hallábase a una jornada (17) y no había aún recobrado el arzobispo su antigua robustez. En este lugar se detuvo algunos días (18) y llegó luego a verle el infante Felipe con su compañera Margarita (19) haciéndole muchas promesas, pero garantizándolas con pocas obras, como después se demostró en el curso de los sucesos: pues con el auxilio de algunos otros nobles y en especial el de Alfonso Suárez(20) infiel vasallo, a la sazón mayordomo de la Iglesia y del referido (infante) Felipe, los ciudadanos Compostelanos, imbuídos en maligno espíritu, levantaron los pendones (reales) contra la Iglesia y el Arzobispo, negándole enteramente el dominio de la villa; pero los cuales pendones fueron luego humillados por la virtud de Dios y el Apóstol Santiago. Aquel traidor Alfonso, que llevaba en tenencia la Iglesia de San Jacobo con su alcázar y sus castillos de la Rocha-fuerte, de la Rocha de Padrón donde estaba, y el de Jallas, para restituirlos al arzobispo que llegase confirmado, se presentó también en el lugar de Mellid a devolver dichos castillos; (21) pero rehusó entregarle la Iglesia, con el alcázar según por pleito homenaje estaba obligado. Entonces el piadoso prelado se dirigió hacia Compostela, enviando delante de sí, nobles mensajeros a los referidos ciudadanos, a fin de que estos le recibiesen como a su padre y señor de las almas y de los cuerpos, y que al permitirle visitar a su Esposa y la morada del Santísimo Apóstol Santiago, lo hiciesen con todos aquellos honores y acatamientos que se debían a tan gran padre; pero aún cuando fueron a esto incitados por muchos medios y repetidas exhortaciones, de ningún modo quisieron verificarlo, (los compostelanos), encallecidos como se hallaban en el espíritu de rebelión y maldad, reducidos por el consejo de aquel traidor Alfonso. Todo al contrario: cerrándole las puertas de la ciudad, subiéronse a las murallas empuñando las armas para recibirle, no como a su padre y señor, sino como a un enemigo; visto lo cual el reverendo padre, no sin pena en su corazón y caminando en torno de la ciudad por diferentes rodeos, vióse obligado a bajar al castillo de la Rocha fuerte, en el cual penetró valiente y lleno de constancia el día de Santa Cecilia virgen,(22) año del señor de 1318. (23)
En este castillo se detuvo durante muchos días, por ver, todavía, si dichos ciudadanos volviendo sobre si mismos, querían recibirle como padre y señor, según era su deber; ( estuvo 32 días) pero por mas que, compadeciéndose con paternal afecto de ellos, y previendo con espíritu profético los males y perjuicios que le amenazaban de cerca por esta rebelión ( según demostró el curso de los sucesos) les hizo presentes por medio de sus enviados y aún personalmente y con algún menoscabo de su dignidad y de la de su Iglesia, muchos tratados y arreglos útiles; los rebeldes, no obstante, cerrando sus oídos a todo consejo, deslizándose como áspides, no haciendo caso de las paternales y saludables exhortaciones, permanecieron encallecidos en su malicia y no pudieron por medio alguno ser doblegados en su altivez, aveniéndose a uno solo de tales arreglos; sino que le enredaron con palabras falaces y fingidas demostraciones, ( en que los compostelanos se hallan amaestrados), hasta la vigilia de la Natividad del Señor, en aquel año.
Viendo estas demoras, el siervo de Dios determinó su partida, a Pontevedra, a saber: antes de celebrar el día de la vigilia (24) de la solemnidad, hacia Pontevedra, donde fue recibido con todo honor y reverencia. (25) Desde allí tornó a enviar sus nobles mensajeros (26) a los antedichos Alfonso y ciudadanos, proponiéndole nuevos arreglos y ventajosos tratados y ofreciéndoles celebrar entrevistas a fin de que le entregasen su Iglesia y le recibiesen dentro de la ciudad como a su señor y padre, lo que de modo alguno quisieron hacer: más volviendo,(el arzobispo) a Padrón y celebrándose allí la fiesta de la Epifanía (27) pasados pocos días, vinieron a su presencia en el lugar citado (28) el infante Felipe que era el cabecilla de esta rebelión, en compañía del predicho Alfonso, satélite de Satanás. (29)
Celebraron, entonces, con el arzobispo una conferencia dolosa y fraudulenta acerca de la devolución de la villa, Iglesia y su fortaleza (de Compostela); pues por más que el arzobispo se hallaba aquel día sobre las armas y dispuesto para recibirlas, (30) poniendo más treguas, prometiéronle que al siguiente domingo le serían entregadas las expresadas fortalezas. Bien conocía el siervo de Dios la malévola intención de sus enemigos: pero no obstante, para que el repetido Alfonso no hiciera valer su malicia ni pudiera disculparse luego de la traición en que había incurrido, le salió al encuentro al lugar de Rocha-fuerte. Halló en el camino, todavía, al mismo Alfonso, el que se afirmó y ratificó, en virtud del pleito-homenaje hecho en la Iglesia de Milladoiro y en presencia de muchos clérigos y legos, que él había de cumplir todo lo prometido. De este juramento fue después violador, pues en dicho domingo reunidas las guarniciones de sus castillos, el siervo de Dios se dispuso a recibir la fortaleza y la Iglesia (de Compostela) si Alfonso se la restituyese según había (solemnemente) prometido. Llevando consigo mucha provisión de vituallas y buen número de gente de armas, se acercó a la iglesia de Santa Susana; (31) pero Alfonso no cumplió la promesa, antes por el contrario el mismo había dispuesto una emboscada con el objeto de que, si el siervo de Dios entrase en la ciudad para recibir las fortalezas y la Iglesia, (valido de la violencia), fuese sorprendido y asesinado juntamente con todos los suyos. Armados y prevenidos de todas armas los enemigos, con el estandarte del rey de Castilla desplegado, hollando, por consejo del malvado Alfonso el pendón del Apóstol Santiago que solían usar, estaban preparados en las murallas y fortificaciones para la batalla, proponiéndose resistir a su entrada, como infieles y rebeldes que eran y no menos traidores; por cuyo motivo dicho señor arzobispo privado de alcanzar lo que deseaba, vióse obligado en aquel día a regresar a la Rocha- fuerte. Esperando inútilmente y transcurrido otro poco tiempo volvióse a Pontevedra, donde en el día de la Purificación (32) celebró su misa nueva de Pontifical (2-2-1319), con gran devoción, siendo muy honrado por el rey de Portugal, (33) por los poderosos del país, los obispos sufragáneos suyos y otros muchos no sufragáneos, y por sus vasallos, con muchas ofrendas y regalos. Pero sus infieles e irreverentes hijos, los ciudadanos de Compostela, queriendo dar coces contra el aguijón y demostrar más aún la maldad que concebido habían, en aquel mismo día de la Purificación (de la Virgen),(34) por desgracia, cuando debían de tributar a su señor los debidos honores le hicieron más graves daños, pues acercándose llenos de furor y maldad a los palacios arzobispales de la Rocha-fuerte, después de haber destruido ya hasta sus cimientos los palacios situados dentro de la villa, prendiéronles abundante fuego con el cual fueron quemados y completamente derruidos los claustros y muchos otros departamentos. (35)
Y al estar ardiendo dichos edificios, ya en el mismo día recibió la noticia en Pontevedra el siervo del Señor; más no por esto se quebrantaron o cambiaron en lo más mínimo sus piadosos pensamientos y propósitos, porque confiando mucho en la misericordia de Dios y en el auxilio del bienaventurado Apóstol Santiago cobró aún más fuerzas y constancia para la defensa de su Iglesia, y marchando a la Rocha (blanca) de Padrón, nombró allí en el primer día de cuaresma, por su Pertiguero Mayor (del rebelde señorío) al infante Felipe (36) prestando primero éste el juramento de no ayudar en lo más mínimo a los compostelanos, antes al contrario debía perseguirlos sin descanso en sus cuerpos y en sus bienes hasta que reconociesen el dominio que negaban del arzobispo y de su Iglesia, estando dispuesto siempre para hacerles la guerra y poner cerco a la ciudad compostelana con todos sus vasallos y soldados en cualquiera tiempo en que por el arzobispo fuese requerido.
De este juramento de fidelidad prometida fue el infante violador y transgresor al siguiente día; habiendo tomado bajo su cómoda protección y custodia, como hijo de perdición que era y discípulo de traición, la referida villa y ciudadanos, y volviéndose en contra de la Iglesia y del mencionado Pastor.(este nuevo Pertiguero)
Tampoco por esto desistió el siervo de Dios del saludable propósito que le animaba; porque pasados allí los días de Cuaresma hasta la dominica de Pasión (37)(finales de marzo de 1319) se trasladó luego con sus vasallos y gente a la Rocha-fuerte, sitiando desde allí la referida villa de Compostela y causándole irreparables daños (38) para ver si, por acaso, le sería posible inclinar a los infieles vasallos al yugo de la obediencia, cuando ya imprudentes y necios habían rehusado tantas veces seguir el útil camino de la paz con que su piadoso padre les había brindado. Mas en vano, porque ellos obstinados en su malhadada rebelión y seducidos por los consejos y alentados por la protección que le dispensaban los mencionados traidores Alfonso y Felipe, en modo alguno quisieron volver al camino de la obediencia.
Viendo, pues, el siervo de Dios que por este medio poco o nada conseguía,-por más que todo cuanto dichos ciudadanos poseían extramuros de la ciudad había sido casi enteramente tomado por sus soldados (39) y por más que el Sumo Pontífice había procedido a medio de gravísimas penas contra los referidos ciudadanos, sus protectores y secuaces privándoles de las rentas eclesiásticas si algunas percibían de ciertas iglesias, haciendo perfectamente inhábiles para obtener los beneficios eclesiásticos a ellos y a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación, no menos que condenando a los mismos por graves sentencias y penas confirmando de ciencia cierta todos los procesos hechos por el Santo varón contra dichos ciudadanos, sus protectores y secuaces, todo lo que despreciaron esos hijos de Belial, acumulando maldad sobre maldad,-viendo, pues, que nada conseguía, adoptada la resolución acercose a la ciudad con sus canónigos, vasallos y soldados en la octava de los Apóstoles Pedro y Pablo (40) pasado un año desde que saliera de la corte romana(después del 29-6-1319), no sólo con el objeto de impedir que dichos rebeldes pudiesen recoger las mieses dentro de la ciudad, sino con el fin de talárselas completamente para conculcar su soberbia y ordenar que sus soldados fijasen su campamento en el monte llamado Almáciga(41) junto al monasterio de su Orden llamado del Valle de la Oliva (42) más él queriendo guarecerse en dicho monasterio,(hasta que las tiendas de campaña estuviesen colocadas en la cumbre del expresado monte), se entró en él con su familia.
No consintieron sus rebeldes hijos que permaneciese en este citado monasterio,(43) pues hallándose una noche ya en la cama descansando de las fatigas, a altas horas dispararon los compostelanos una máquina que habían preparado lanzando una gran piedra que atravesó por medio de su aposento y cerca de su mismo lecho.
Con esta misma piedra intentaron matarle sus crueles hijos; pero le preservó la divina misericordia, protegiéndole, porque sabía le estaban reservadas empresas más grandes en lo venidero. Y no cesando con acrecentada maldad de arrojar contra él, además, de esta piedra otras muchas,(con la citada máquina) vióse obligado el siervo de Dios a abandonar el monasterio para habitar bajo despreciabilísimas tiendas (con sus soldados) en la cumbre del monte (Almáciga) desde cuyo punto, ciertamente, de tal modo apretó a la ciudad a la rebelde y tan rigurosamente la cercó, prohibiendo la entrada de víveres y causando muchas muertes y gravísimos daños a dichos ciudadanos,(44) que ya casi se veían a punto de rendirse, obligados (por el hambre) si el antes mencionado infante (y Pertiguero D. Felipe) y su consorte (Doña Margarita) que en todo ponía asechanzas cual otra Betsabé,(45) no hubiesen llegado en su auxilio. Salióles el arzobispo al encuentro,(con objeto de estorbarles el paso) más allá de un sitio de dos casas: escoltaban al virtuoso varón gran número de sus soldados, sin que por eso dejase de quedar sitiada la ciudad por otros vasallos suyos. Así que el Infante tuvo noticia de la llegada (del arzobispo con sus gentes) temió acercarse a él (46) y no quiso verle sino acompañado de cierto número de caballeros de ambas partes.Verificose la entrevista en la cual nuevamente prometió el infante ajustaría la paz entre el arzobispo y los ciudadanos si aquel le permitía entrar en la ciudad con su mujer, ofreciendo por pleito-homenaje prestado por ocho de sus caballeros que no había de introducir víveres o armas, ni auxiliaría en modo alguno a los rebeldes: de cuya promesa y pacto solemne hízose al día siguiente violador y transgresor.
Entraron los Infantes en Compostela con la esperanza de tratar la paz entre el reverendo Padre y los ciudadanos: mas estos cobrando nuevos bríos con la presencia de aquellos, y alentados por su protección, afirmáronse más en su malicia y rebeldía: visto lo cual por dicho Padre (Fray Berenguel) habiendo devastado las mieses por consejo de sus caballeros y talado los arrabales ocasionando a los sitiados irreparables daños, retirose otra vez con su familia y gentes de armas a su castillo de la Rocha-fuerte, (47) levantando el sitio de Santiago.( Julio 1319)
II
En este tiempo el repetido traidor Alfonso ( Suárez de Deza) fue citado a que compareciese en persona, por el rey, e intimado a medio de sentencia por sus consejeros a que entregase al siervo de Dios la iglesia y su fortaleza, dentro del término de cien días.(48)
Amenazósele que, de otra suerte, incurriría en el delito de traición; (49) pero el antesdicho traidor rehusó verificar la entrega dentro del término fijado, no obstante que fue requerido muchas veces acerca del cumplimiento del real mandato por aquel prelado del Señor.
Empero, ya transcurrido dicho término (50) el mencionado traidor prometió bajo juramento corporalmente prestado, que en virtud del mismo entregaría a aquel varón su Iglesia y fortaleza, en un día determinado para el efecto.
Llegado el día señalado, y habiendo el Reverendo Padre y Señor, preparádose reuniendo provisiones y disponiendo su gente y soldados (51) para poder recibir la expresada Iglesia, acercase al punto denominado Santa Clara (52).
El traidor Alfonso (Suárez de Deza) en compañía (53) del mencionado Infante Felipe, quien casi de continuo moraba en dicha villa (de Compostela), con su mujer Margarita, habían salido, (a recibirle) al monte situado en frente de dicha villa, llamado de Santa Susana (54).
Iban contra el prelado y su gente, ya sin duda de acuerdo con los ciudadanos y numerosa multitud de sus vasallos, armados, oponiéndose a entregarle la Iglesia, antes más bien intentaban combatirle a él y a sus soldados y aun matarle, si pudieran.
Protegióle, empero, la infinita virtud y misericordia de Dios, y el auxilio del Apóstol Jacobo; pues no se atrevieron a acometerle, (los compostelanos) por más que los esperó hasta el crepúsculo vespertino. (55)
El arzobispo, pues, lleno de constancia, intrepidez y santidad, (ya anocheciendo),(56) pasó al monte de Santa Susana donde los mismos rebeldes se hallaban. Volvieron ellos a entrar en la ciudad; (57) más él, marchó al castillo de la Rocha-fuerte con su gente y soldados. (58)
Entabláronse después varios tratados, todos engañosos: hasta que se hizo un pacto, garantizado con el juramento, de que Alfonso le habría de restituir, (al Arzobispo), la Iglesia con su fortaleza, y que los ciudadanos entregasen al vasallo que señalase el Arzobispo, las llaves de una puerta llamada de la Peña.(59) Por esta puerta, según los contratos, podrían entrar y salir, y si quisiesen, todavía, introducir dentro de la villa (60) víveres y armas.
No advirtiendo, ciertamente, el siervo de Dios de una manera completa y acabada la intención concebida ( por parte de los del Infante) firmó las capitulaciones y entró en la ciudad y su Iglesia con su familia y soldados, guiado por el referido Infante y Alfonso, en el día Domingo XIV de Septiembre.
Habíanse confirmado los predichos tratados con otras muchas condiciones aquí no expresadas; y fue recibido (el Arzobispo) por los ciudadanos con simulada reverencia y honores.
Mas luego que se verificó su entrada, queriéndose estos acumular maldad sobre maldad rehusaron (o negaron) haber hecho entrega al vasallo, de la dicha puerta; antes bien infringiendo, rompiendo o anulando todos los anteriores pactos y cerrando las puertas de la ciudad, negáronse a él, (al Arzobispo) y a los suyos, todos los víveres, no permitiendo a ninguno de ellos entrar o salir de la Iglesia, y quedando desde luego encerrados dentro de ella el virtuoso Padre con su gente (61).
Allí fueron hostilizados de día y noche con toda clase de armas, en cuyo ataque (o asedio del templo) resultaron, ciertamente, muchos heridos y muertos; llegando a tanto, al mismo tiempo, la escasez de víveres (entre los del Arzobispo), que muchos de ellos se vieron obligados a alimentarse de carne de caballo y otros a comer cosas inauditas.(62)
No por esto desfalleció en lo más mínimo el siervo del Señor, ni cambió un instante su constante resolución; pues aun cuando podía evadirse, (63) jamás quiso prestar su consentimiento a tratados ofensivos a su persona o perjudiciales a su Iglesia, prefiriendo más bien a falta de fuerzas exponerse a la muerte él y los suyos, antes que menoscabar en un ápice con desdoro de su honra, la Iglesia que se le había confiado.
Al fin, por voluntad de Dios e intercesión de su bienaventurado Apóstol que se dignó tender su protectora mano a su ministro, después de celebrado un tratado bastante racional con los repetidos Infante y Alfonso y con los ciudadanos salió de la ciudad el día veintisiete de Septiembre y a los trece de su cerco en medio de un recio viento y después de puesto el sol, llegando fatigado y afligido en demasía, y a hora muy avanzada al castillo de la Rocha-fuerte (64).
Marchó después al castillo (Rocha-Blanca) de Padrón deteniéndose allí algunos días y desde este punto se trasladó (el Arzobispo) a su villa de Noya para recrearse en alivio de sus pasados trabajos y celebrar allí el primer Concilio que tuvo con sus clérigos, en cuyo Concilio, ciertamente, privó a todos los eclesiásticos de dentro y fuera de su ciudad de Santiago y también al mismo Alfonso y a otros caballeros que disfrutaban feudos y beneficios de la Iglesia y que eran adictos al dicho Alfonso y ciudadanos, de una manera pública u oculta de los expresados feudos y beneficios. Y después de privados los publicó en dicho Sínodo, según y como también los había publicado anteriormente en el monasterio de hermanos predicadores de Bonaval, (65) cuando se hallaba poniendo cerco a dicha ciudad.
En este tiempo recibió el referido siervo de Dios cartas de Doña María, ilustre reina de Castilla en las que solicitaba fuese a verla a la corte pues había quedado por única tutora (del niño rey Alonso XI) después de la muerte de los dos Infantes Juan y Pedro. Estos, por disposición divina habían fallecido aquel mismo año al otro día de San Juan Bautista,
(lunes 25 de Junio de 1319) en la frontera de Granada, donde se hallaban combatiendo a los infieles agarenos.
Prometíale (la Reina al Arzobispo) que procuraría se le hiciese del mejor modo posible la condigna reparación de las injurias referidas a él y a su Iglesia por el Infante Felipe, su hijo, el dicho Alfonso y ciudadanos traidores, siempre que en esto quisiese aceptar su consejo y obedecer a sus mandatos y persuasiones y como la Reina consideraba tales injurias inferidas contra el siervo de Dios y perjuicios irrogados, a su Iglesia, como hechas a su propia persona, le permitía tomar venganza de ellas. (66)
Recibidas estas letras dispuso el Arzobispo su marcha para Castilla, sin demora alguna y con gran aparato, dirigiéndose primero a la villa de Pontevedra (67). Después, decidido a continuar su viaje salió de la expresada villa en el día de la conversión de San Pablo (68) dirigiéndose a Portugal (69). Viniendo luego hacia Castilla entró el primer sábado de Cuaresma en la ciudad de Salamanca acompañado del obispo Cauriense, sufragáneo suyo que le había salido al encuentro en la ciudad de Egeto (70) dentro de Portugal, y que desde entonces fue su inseparable compañero y partícipe de todas sus tribulaciones durante el tiempo que se detuvo en Castilla y en el Reino (71).
En Salamanca estuvo, en verdad, hasta la dominica o sábado de Ramos, y allí mismo con asistencia del obispo de aquella diócesis y del referido Cauriense, consagró a Gundisalvo, obispo Auriense (72). También recibió en aquella noble ciudad nobles mensajeros de la mencionada Reina (Doña María); a saber al obispo Burguense y otra vez al Prior del Hospital, (73) a fin de que fuese a junto de ella para recibir reparación de las injurias que le habían sido inferidas: más no pareciéndole satisfactorio el modo de reparación que de parte de la expresada Reina se le proponía por los dichos mensajeros, rehusó por eso ir junto a ella; (74) y saliendo de Salamanca en el mencionado sábado y después de celebrar en la Abadía de Monjes blancos de Valparaíso,(75) la Dominica de Ramos entró al siguiente día en Zamora.
Allí vino a verle D. Juan de Vizcaya (76) con su mujer Doña Isabel y entre si hicieron alianza y arreglos de utilidad para él y para su Iglesia, como luego se vio por los resultados, y cuyos arreglos fueron aprobados después por Doña María madre del dicho D. Juan (Núñez).
Estando todavía en Zamora segunda vez llegaron a verle los dichos obispos el Burguense y el Prior (de San Juan) nuncios o emisarios de la Reina instándole a que no se detuviese un momento en ir junto a ella, prometiéndole maravillas si fuese.(77)
Habiendo escuchado estas instancias el Siervo de Dios, y no queriendo hacer la prueba de que si, lo que ahora de palabra se le prometía, dejaría de ponerse en práctica: como no podía evadirse de tantos ruegos que le enviaba tal y tan grande Reina, y menos desatender a las súplicas tantas veces reiteradas sin grave ofensa a dicha Señora, (78) saliendo de Zamora en la Octava de la Resurrección del Señor,(79) llegó en compañía del mentado Prior del Hospital (80) al Castro-Miño, castillo perteneciente a la expulsa Orden.(81)
Permaneció allí, en el referido castillo, por espacio de muchos días, recibiendo durante esta estancia muchos mensajeros de la expresada Reina, quienes propusieron a este Siervo de Dios varios medios y diversos arreglos acerca de la prometida satisfacción, sin que pudiesen persuadirlo a que fuese junto a la Reina a la corte de Valladolid donde se encontraba, si antes no se cerciorase de la reparación que le prometían.(82)
Viendo esto la Reina y penetrándose de su constancia y admirable prudencia y de que no podría hacerlo venir junto a ella de este modo, determinó acercarse a él hasta un lugar distante de Valladolid seis leguas, en cierto castillo llamado Tordesillas, no habiéndose visto ni oído en ningún tiempo que para las recepciones de cualquiera personaje o para tratar negocios con una persona cualquiera, se ofreciese ( por parte de la Reina al prelado) un tan extenso domicilio, como le ofreció de esta manera. (83)
Desde Tordesillas llegaron, pues, otra vez nuevos mensajeros a Castromiño, que era donde estaba el Arzobispo, y que sólo dista cuatro leguas del castillo en donde estaba la Reina: y viendo aquel prudente varón la excesiva humildad y los ruegos tan reiterados de esta Señora, trasladose al punto donde ella residía, acompañándole los referidos Prior y obispos Zamoranense y Cauriense, y siendo recibido solemnemente, con gran respeto y todo género de honores por la gente de la Reina, esto es, por los obispos de Sigüenza y Salamanca, este último sufragáneo suyo, y por muchos otros potentados de la corte.(84)
Tratose allí lo que ocho veces, y más, se había tratado con la misma Reina y los que la acompañaban acerca de la reparación que había de dársele por las injurias inferidas a su persona por el Infante D. Felipe, por Alfonso y por los mencionados infieles y rebeldes ciudadanos, de cuyos ciudadanos estaban allí presentes legítimos procuradores (de la ciudad de Santiago) que seguían a dichos Felipe y Alfonso, y eran: Martín Bernardo, Sancho Sánchez de Sarria, Bernardo de Icellen y Juan Alfonso, los cuales habían sido enviados en contra de la Iglesia Compostelana y de su Ministro y Pastor, por el Concilio Compostelano y habían llegado a la corte del Rey, reducidos por el Infante Felipe, quien les había prometido defender la causa de dicho Concilio contra el Arzobispo, de cuyo pacto y promesa les fue después violador. (85)
Dicho Siervo de Dios exigía, entre otras condiciones que se relacionaban con la reparación debida, en primer lugar que los expresados Procuradores (de la ciudad de Compostela) le fuesen entregados por la Reina y por su hijo Felipe, a lo cual la primera se negó entonces, esperando que esto no obstante, el mencionado Siervo de Dios habría de aceptar otros medios de reparación que ella le propusiese, en los que de ningún modo él quiso convenir ni aceptar, aún cuando le impusiera nuevos terrores y amenazas, agregando nuevas injurias a las anteriores: pues ocurrió que, queriendo ( el Arzobispo) salir de dicho castillo ( donde se hospedaba con la Reina, en Tordesillas), para trasladarse a otro punto, se hicieron cerrar todas las puertas del mismo fortificándolas con muchos hombres de armas que no le permitieron salir ni a él, ni a ninguno de los suyos, sino que le retuvieron prisionero la mayor parte de un día (86) a ver si de este modo podían moverlo u obligarlo a conceder lo que no quería. (87)
No por esto, sin embargo, este varón prudente y lleno de constancia y valor quiso acceder a lo que le pedían, sino le entregaban presos dichos Procuradores como (vasallos) rebeldes y traidores con algunas otras agregadas condiciones.
Sabedora la Reina de su admirable firmeza de carácter, mandó franquear la puertas, asegurando no habían sido cerradas por su mandato ni consentimiento, a fin de que se ejerciese sobre el prelado una detención y violencia que causaban horror, sino por otro determinado motivo.
Y si esto fue verdad o no, yo que escribo estas cosas y LAS HE VISTO POR MIS PROPIOS OJOS, no afirmo sea así .(88)
Abiertas, pues, las puertas del castillo (89) salió el Arzobispo, volviendo al Castromiño con los obispos Zamorense, Cauriense y don Rodrigo Juan, elegido y confirmado entonces por obispo Lucense, y además, el repetido Prior. (90)
Muchos días se detuvo en este punto siendo de varios modos venerado y obsequiado de palabra y de obra por dicho Prior, y en el mismo lugar de Castromiño consagró a dicho elegido obispo de Lugo el día cuatro de Mayo del año del Señor de 1320. (91)
Finalmente, aún permaneciendo en este lugar el prelado, fue repetidas veces escitado y requerido por la Reina a mediación del obispo Burgense y de otros muchos mensajeros autorizados que le envió, a fin de que, en las capitulaciones de la reparación que debía de dársele, quisiese condescender con sus deseos y mandatos, a lo cual nunca este virtuosísimo Varón quiso acceder, alegando los mismos motivos y exponiendo iguales razones que antes. (92)
Pasados, pues, algunos días en Castromiño, salió de dicho lugar y llegó a un punto del obispo de Zamora llamado Fuente-Sauco. Condújole allí el mismo obispo, y entraron el sábado diez de Mayo, hospedándose en las cámaras episcopales, siendo en gran manera agasajado y respetado por el Zamorense.
Se detuvo en este sitio muchos días durante los cuales recibió más y más mensajeros de la Reina con proposiciones parecidas a las anteriores. También llegaron a Fuente-Sauco y recibió (el Arzobispo) los obispos de Coria y de Lugo, (el que recientemente había consagrado) el cual obispo de Lugo por arte del diablo fue muy maltratado y ofendido por los habitantes de dicho lugar a causa de una colisión que tuvieron con la gente que traía, siendo heridos y muertos en ella muchos gallegos y también de la otra parte. Tuvo lugar esto por el poderosísimo motivo de que los castellanos tienen ya por inclinación, odio a los gallegos, y estos intentaban reprender las ilícitas costumbres de dichos habitantes. (93)
Por esto, el referido Varón (Fr Berenguel) reputando como propio el daño hecho y la injuria cometida contra (su aliado) el obispo antedicho, saliose de Fuente-Sauco trasladándose a un lugar llamado Aldeanueva, allí cerca, situado a una legua de distancia y en donde se detuvo muchos días. (94)
Viendo, pues, la Reina, que el Arzobispo no quería inclinarse a sus deseos aceptando la reparación propuesta de las injurias que le habían sido inferidas no habiéndosele de entregar, primeramente los Procuradores Compostelanos PRESOS Y ATADOS, para ponerlos en su cárcel, ordenó, al fin, que dichos Procuradores fuesen arrestados y colocados en una litera con grillos y cadenas y llevados inmediatamente desde Tordesillas a Valladolid, para que le fuesen entregados, así, al dicho prelado, al llegar (la corte) a este punto. (95)
La Reina envió después de esto, nuevos embajadores al Arzobispo, comunicándole la prisión de los Procuradores y rogándole que fuese a junto ella a recibir la reparación, tal cual ella deseaba. Mas quiso el Arzobispo primeramente, antes de contestar, averiguar si lo que la Reina le decía y prometía respecto de la prisión de los traidores era o no verdad, para cuyo objeto envió a junto a la Reina al obispo Cauriense, el cual la halló, en efecto, sumamente dispuesta a cumplir todo cuanto había sido ordenado por ella y su hijo Felipe y tantas veces fuera prometido.
Sabidas, pues, estas cosas, y plenamente cerciorado (de que los Procuradores estaban presos) el Siervo de Dios partió para Valladolid entrando en dicha ciudad el día viernes 20 de Mayo (de 1320) (96) y le salió al encuentro más allá de la mitad del camino, el joven Rey Alfonso (el onceno) acompañado de su tío el Infante Felipe. Ambos fueron enviados por la Reina y por ellos fue recibido el Siervo del Señor con suma reverencia, como así era propio de su persona. (97) Conducido en medio de grandes honores y agasajos al lado de la expresada Reina, ellos mismos le hospedaron en el regio alcázar donde se detuvo un mes entero, (98) pues aún cuando la Reina, a primera vista parecía dispuesta a cumplir lo prometido, no obstante, a causa de su hijo Felipe (que solía ser violador de las promesas) se resistió a satisfacer la que tenía hecho y aún ordenado. (99)
Observando esta nueva resistencia, el Siervo de Dios fingió ausentarse de la corte y hacer aprestos de salir de Valladolid en la vigilia de San Juan Bautista; más sabedora de esto la Reina y escarmentada de las otras veces en que había ocurrido lo mismo, temiendo la constancia del Arzobispo, llamó a su hijo Felipe (que por consejo de dicho traidor Alfonso se retardaba y veía impedido en cumplir todas las condiciones estipuladas y anteriormente referidas) y le inclinó y indujo a que, siendo el amanecer del siguiente día, esto es, en el mismo día de San Juan Bautista entregase prontamente presos y atados los Procuradores, al citado Siervo de Dios su espiritual y temporal Señor, lo que verificó dicho Infante según le fuera ordenado por la Reina (Doña María) su madre; pues en la madrugada del día de San Juan le envió a los Procuradores para solemnizar el comienzo de fiesta tan grandiosa antes de celebrarse la misa, siendo este el primer tratado de la reparación que se había concertado y debía de cumplimentarse. (100)
Esta señalada reconciliación quiso el Infante que se festejase (101) más tratándose después con este mismo Infante acerca de la reparación iniciada en presencia de la Reina el mencionado Siervo de Dios, los obispos asistentes de Burgos, de Sigüenza, de Coria y de Lugo y otros distinguidos varones pertenecientes a la Milicia, llegaron a convenirse y acordarse todos los puntos que se referían a dicha reparación, en cuanto a Don Felipe y al traidor Alfonso y con cláusulas de firmeza en cuanto a éstos corroboradas por medio de pleito homenaje, juramento y cadenas, entablose entre ellos una alianza estrecha, faltando, empero por parte del dicho traidor Alfonso, como después se vio por los resultados. (102)
Respecto a los Procuradores, por más que merecían mil veces la muerte, no obstante, su compasivo Padre y Señor no quiso aplicarles el castigo que habían merecido, sino que hizo fuesen tratados y custodiados con dulzura y benignidad, sin cadenas ni grillos pero bajo fuerte y segura guardia enviándolos, así, delante y con todo secreto hacia el lugar de Cigales, a donde el mismo Prelado había de llegar y cuyo lugar es de D. Juan de Vizcaya, distante de Valladolid dos leguas, ignorándolo completamente los referidos Alfonso y Felipe quienes intentaban librar de su poder a los mencionados Procuradores, ora por medio de falsas promesas ora de palabras traidoras y engañosas o bien de otro modo, y como muchos temían, por medio de la fuerza. (103)
Terminadas, pues, las cosas que tenía que arreglar con la Reina y con su hijo Felipe, salió de Valladolid el Arzobispo tan felizmente como deseaba y magníficamente despedido por aquella señora (pues así correspondía a la regia grandeza y a la persona de tal y tan grande hombre), el día sábado 18 de Julio, obtenida la venia y beneplácito de dicha Reina y de su hijo Felipe y llegó el mismo día al citado punto de Cigales.
De allí, siguiendo por tierras de D.Juan y de doña María su madre, llegó el veinte del propio mes a Villalón, país del mismo D. Juan donde a la sazón moraba doña María, y allí permaneció con ella hasta el día dos de Agosto, tratando y arreglando entre ambos lo que se consideró provechoso y saludable para el bien de la Iglesia (de Compostela) y el estado del Reino, porque estaba expuesto muy de cerca de guerras y talas, como vinieron a comprobarlo, después, los sucesos que tuvieron lugar.
El mismo indicado día 2 de Agosto, dirigiose, pues, el Arzobispo en compañía de dicha señora a Valencia (de D. Juan) villa que pertenecía también a dichos señores, los cuales (104) en este punto le detuvieron ocho días, y donde también, como en Villalón, fue sumamente honorificazo por doña María, tratándose con gran respeto y a expensas de la expresada señora, siguiéndole siempre, al Siervo de Dios, su compañero inseparable el obispo Lucense. (105)
III
Desde Valencia (de D. Juan) dirigiose el Arzobispo hacia Galicia llevando consigo a los Procuradores presos. Salió de allí el día diez del mismo mes (de Agosto) y llegó con su familia a sus tierras de Mellid, en el día veinte, habiendo dejado atrás, en el Puente del Miño al obispo de Lugo que se hallaba enfermo.
A la villa de Mellid, que era suya, salieron a recibirle sus vasallos y eclesiásticos y le acompañaron hasta Padrón, que también era tierra de su pertenencia, pasando por las de Deza. (106) Llegó a Padrón el día penúltimo del mismo mes. (107)
En este día saliole al encuentro, en el camino, el traidor Alfonso (108) prometiéndole que haría muchas cosas y cumpliría todas las que había prometido antes en Valladolid y había confirmado por pleito homenaje y cadenas; (109) pero todo lo rehusó hacer, luego, dicho traidor, movido de maligno espíritu; pues estando en Padrón nuestro Padre y Señor, se le presentó el referido Alfonso, el miércoles día tres de Septiembre, afirmando con engañosas palabras que se proponía trabajar para que los compostelanos rebeldes le entregasen la ciudad y el dominio que maliciosamente habían diferido rendir, reconociendo al Arzobispo por su único Señor y dueño, a lo cual malvadamente se habían, hasta entonces negado los rebeldes. Y por que estos negocios pudiesen arreglarse y tratarse mejor y más de cerca, hallándose el prelado en la Rocha-fuerte, le indujo con tal pretesto a que se trasladase a aquel castillo con su Cabildo; cuyo Cabildo (110) había estado desterrado de la Iglesia del Santísimo Apóstol cerca de dos años, y el Siervo del Señor, a fin de que no careciese totalmente del debido culto el bienaventurado Santiago había dispuesto que el Cabildo, así echado del Santuario por el Concejo Compostelano, se instalase en la iglesia de San Jacobo de Padrón para tributar a Dios y al dicho Apóstol sus oraciones y ruegos a fin de que, por su virtud, fuesen auxiliados y restituidos a la Sede principal.
Al sábado siguiente, pues, y a fin de tratar con el Concejo Compostelano, (111) se traladó el Arzobispo al castillo de la Rocha-fuerte, habiendo dejado a los Procuradores de aquella ciudad presos en la fortaleza de la Rocha Blanca de Padrón. (112) Mas el traidor Alfonso, en cuya mano estaba el querer o no la paz y la rendición, por ser dueño absoluto de la voluntad de dicho Concejo, todavía entretuvo al Arzobispo con la esperanza de llegar a un arreglo o capitulación definitiva, yendo y viniendo continuamente de Compostela a la Rocha-fuerte.
Pasados, pues, diez días en este tratado y promovidos por una y otra parte diversos medios de avenencia, convinieron, finalmente, en que la ciudad sería entregada al Arzobispo con la Iglesia de San Jacobo y todos sus dominios y jurisdicciones civil y criminal, espiritual y temporal, bajo ciertas condiciones onerosas y perjudiciales para el Siervo de Dios y los derechos de su Iglesia las cuales fueron aceptadas para acabar de una vez con un asunto tan largo y tan pesado. (113)
Habíanse ya extendido las capitulaciones y prometídose su aceptación por ambas partes, y para ser confirmadas en regla habíanse también comenzado a cumplirse las disposiciones preliminares el día (lunes) quince de Septiembre (de 1320) a hora avanzada, recibiendo los negociadores de este convenio por parte del Concejo el estandarte de San Jacobo de la propia mano del Arzobispo, con cuya insignia debían salir a recibirle al siguiente día como a su señor natural para entregarle dicha villa y reconocer su dominio, cuando entró el diablo en el corazón del mencionado traidor, permitiendo, así, sin duda el beatísimo Apóstol Santiago, a fin de que su Iglesia y ministros pudiesen deshacerse de un arreglo tan perjudicial como el que había sido tratado y prometido y estaba a punto de confirmarse; pues sucedió que en aquella noche, (114) luego que salió el traidor Alfonso del castillo de la Rocha-fuerte, entrando a hora avanzada en la villa de San Jacobo, (115) reuniendo a los individuos del Concejo, perturbó todo lo arreglado y se declaró contrario al convenio alegando y pretendiendo que era un tratado doloso por parte del Arzobispo. (116)
Seducidos, así, algunos de los ciudadanos, con las palabras del engañoso y traidor Alfonso, y otros muchos en su mayor parte obligados, tuvieron por acuerdo conveniente el separarse de las promesas que habían hecho y se dispusieron a revocar lo pactado (y continuar la guerra); pues al siguiente día (117) en que debían de entregar la ciudad, terminaba la tregua que existía entre el Arzobispo y los ciudadanos, los cuales la rompieron no rindiéndose. (118)
El traidor Alfonso había dispuesto su marcha hacia Nendos (119) ; pero antes de emprender su viaje y con el fin de disimular su perversidad fue a la Rocha-fuerte a tratar nuevamente con el piadoso Padre. Hallábase este Siervo de Dios en compañía de su Cabildo y de algunos de los vasallos suyos en la capilla de Santa Eufemia terminando su misa (que solía decir cuando le parecía), (120) y la celebraba entonces con gran devoción y abundantes lágrimas, cuando llegó dicho traidor, seguido de muchos otros del Concejo, (121) agregando muchas cláusulas a las que en el anterior día habían sido establecidas y prometidas, como solía hacer con todos los tratados y arreglos que entre ellos se habían promovido.
Oyéndolas el Siervo de Dios, se llenó de admiración y aterrorizado, dijo:- <
Oído esto, cierto caballero mayordomo suyo, salió de la capilla con el mismo Arzobispo (123) y habiendo sabido y cerciorádose bien de que la tregua establecida se había roto, viendo que el referido Padre y Señor nada adelantaba en estos tratados sino que era seducido por el traidor diablo con vanas y fingidas promesas y con palabras que carecían de toda utilidad, mandó cerrar con seguridad las puertas del castillo sin saber nada el Siervo de Dios (124) y encargando que con cuidado se guardasen, llamó a todos los escuderos y demás hombres que moraban en Rochafuerte y que sabían manejar las armas, y a los del campo que se hallaban desterrados de la villa de Santiago, y a todos aquellos, así clérigos como legos, que seguían con fidelidad las banderas del prelado y a quienes los rebeldes habían procurado herir y escarnecer por esta causa prediéndoles y matándoles a sus deudos y amigos; y habiendo concurrido todos a este llamamiento, mandó armarlos el citado mayordomo preparándolos a todo trance para que, aquello que el Padre y Señor (D. Berenguel) no había podido alcanzar por medios suaves y útiles arreglos de paz con dichos ciudadanos y el traidor (D. Alonso), lograse conseguirlo, al fin, con el filo de la espada y el cuchillo, y el con viril esfuerzo de aquella gente. (125)
Y ¿a qué detenerme a referirlo? No quiso Dios admitir, ni tolerar por más tiempo las traiciones y perversidades de un hombre tan malvado y nefando, antes quiso procurar un consuelo al tan atribulado y afligidísimo Siervo de Dios, después de tantos trabajos pacientemente sufridos por sólo la defensa de los derechos y libertades de la Iglesia. Y las fervientes súplicas, gemidos continuados y suspiros de lo más íntimo, dignose oirlas el bienaventurado Apóstol Jacobo cuando aquel (prelado) se postraba ante su áureo altar. (126) Quiso también, Dios, que la basílica del beatísimo Apóstol, largo tiempo alejada de su Esposo y privada del conveniente servicio y debido culto de sus ministros, por instigación del diablo, se limpiase de este lodo, se purificase de tal mancha, se librase de tal oprobio.
Armados, pues, los referidos vasallos bajo las banderas de la Iglesia del bienaventurado Apóstol, dirigiéndolos en todo la justicia y la venganza divina, se enfurecieron contra el traidor Alfonso, ministro de Satanás y contra sus cómplices, acometiéndoles, a saber: a Martín Martínez, que habiendo abandonado a su Padre y Señor ( el Arzobispo) seguía continuamente a dicho Traidor y por su consejo y auxilio habían cobrado fuerzas y estado empedernidos en su malicia y rebelión los ciudadanos de Compostela y al instante los despedazaron con otros nueve; siete de los cuales, muy conocidos y principales, fueron Juan de Varela acérrimo adversario y perseguidor decidido de la Iglesia de Santiago y de su Siervo de Dios, sin motivo alguno, porque cuando estaba sitiado el señor Arzobispo en su Iglesia, (como atrás queda referido) quiso matarle disparando contra él una saeta, pero de este grave peligro le preservó la virtud divina sabiendo era necesario para mayores empresas; así es que (errando el tiro) asaetó en la garganta a uno de los que acompañaban al prelado, según el mismo culpable Juan de Varela afirmó en este mismo día en que pereció de tan cruel muerte.(127)
Ya el padre de este rebelde, llamado Peláez Varela, estando asediada también la misma Iglesia de Santiago por el Arzobispo antecesor de nuestro varón de Dios, había sido muerto por virtud del Apóstol Jacobo. (128)
Otro (de los despedazados a cuchillo en la Rochafuerte) fue Juan García de Mexía, (o Mesía) gran lacayo del Diablo, vasallo de la Iglesia y del Arzobispo a quienes había inferido grandes daños y perdidas, también sin motivo.
Otro fue González Yañez, notario compostelano, abismo de traiciones, que había sido el principal motor en la prolongada rebelión de los compostelanos. Otros dos (despedazados) fueron, en verdad, dos hermanos llamados los Andrades, también ministros de Satanás y de la parentela de dicho Traidor. (129)
Los cinco restantes, tanto de los ciudadanos como de otros, (130) fueron partícipes de dicha venganza por haber sido socios y cómplices de dicho Traidor en la referida persecución contra la Iglesia.
Todas estas cosas, ciertamente se verificaron de este modo, en un momento, PRESENCIÁNDOLO YO QUE ESTO ESCRIBO, y sin saberlo el Siervo de Dios. (131)
¡Oh, suceso tan estupendo y espantoso, digno de encomendarse a la memoria de la posteridad con sumo cuidado, el que un hombre tan poderoso, fuese así despedazado, llevando una muerte tan impensada como horrible en compañía de otros caballeros casi tan encumbrados y potentes, y destruídos de tal manera por hombres de otro país! (132)
Mas, si te haces cargo, lector de las graves injurias por aquellos inferidas al Siervo de Dios y a su Santa Iglesia, con el cuidado que al principio van brevemente descritas, y quisieras oír, también ahora, diversas señales milagrosas que a varias personas se mostraron antes de la muerte de estos malvados y perversos traidores, claramente hallarás que, su terrible fin, había sido ya determinado de esta suerte por Dios y llevado a cabo de un modo prodigioso, por virtud del Beatísimo Apóstol Santiago.
Porque apareciose a uno de los centinelas o guardas que se hallaba durmiendo cierta noche y con otros custodiaba a los cuatro Procuradores compostelanos, que, como se había dicho estaban presos, (133) la siguiente maravillosa visión:
Figurábase ciertamente, ver suspendido en el aire sobre lo alto de la torre del castillo de la Rocha-fuerte (134) al Apóstol Santiago montado en un caballo blanco teniendo en el brazo izquierdo un escudo y blandiendo terriblemente una lanza, con el diestro en contra de la ciudad Compostelana. (135)
También miraba, el centinela, a cierto varón adornado con la episcopal casulla y en hábito de fraile de la Orden de Predicadores sosteniendo en una misma mano una cruz y una blanca paloma en la otra, el cual varón se postraba arrodillado ante el Apóstol. (136)
Esta visión, siempre semejante, aún habiendo despertado, tuvo por tres veces continuadas el referido centinela en aquella misma noche.
¿Y quién había de ser aquel Varón santo sino el Siervo de Dios que desde su infancia llevó constantemente en sus manos la cruz y la paloma para la mortificación de la carne y la pureza y santidad del alma que resplandecía en todas sus obras? ¿Qué pedía abismado en el aire de la mística contemplación, colocado en el alcázar de su preeminencia arzobispal, en las fervorosas plegarias que dirigía a Dios y a su Patrono el Santísimo Apóstol Santiago, sino la libertad de la Iglesia que se le había confiado? ¡Súplicas que nadie duda habían sido oídas por los méritos de este bienaventurado en el castigo de los malvados, en la muerte de los impíos!
Apareciose también a muchos que lo vieron, corriendo por los aires en la noche precedente al día de la muerte de estos hombres, (137) un gran globo de fuego que caía, lanzando rayos, sobre la ciudad rebelde, en el mismo momento en que eran despedazados, y cierto virtuoso varón que se hallaba en vela, (138) tuvo la visión siguiente:
Veía al bienaventurado Jacobo sobre el techo de dicho castillo corriendo con la espada desenvainada, y acometiendo con grande esfuerzo aquí y allá, escondía con su capa el arma potente que luego metía en una vaina no menos admirable. (139)
Asimismo cierta virtuosa señora (140) contempló visión otra maravillosa, pues vio después de la puesta del sol, y estando en vela (141) innumerables huestes de hombres armados, así de caballería como de infantería que andaban alrededor de la villa de San Jacobo blandiendo contra sus muros sus lanzas y amenazándolos con otras diversas armas.
Muchos más signos precedieron a estos, por los cuales se prueba claramente, sin género de duda, que la muerte de tales traidores fue ordenada por Dios mediante la intersección del Beatísimo Santiago Apóstol, de cuyo agrado ha sido purificar su basílica de los oprobios inferidos y librarla de las profanas manos de los detentadores.
Por Dios, ciertamente, ha sido obrada esta maravilla a vuestros ojos, porque con la muerte de esos hombres pérfidos fueron rotas y al punto echadas por tierra las armas de los ciudadanos pecadores y toda la fama, poder y nobleza de que disfrutaban aquel traidor Alfonso y los demás que con él fueron castigados, quedaron de esta manera abolidas y completamente borradas de la mente de los humanos y sumergidas con aquellos cuerpos en el infierno, porque no hubo quien los viese, sino que desaparecieron como el humo. (142)
Por esto, viendo los rebeldes compostelanos que les faltaba apoyo en la calamidad a que habían llegado, su valor se quebrantó completamente, por cuyo desfallecimiento muchos descendieron al lago de la hediondez y gran miseria. Viéronse, pues, obligados a abrir los ojos y reconocer cuan malvada y maliciosamente habían obrado dando cozes contra el aguijón, y a levantar las manos al Siervo de Dios su compasivo Padre, a fin de merecer el perdón de los graves males que a él y a la Iglesia habían hecho, ofreciendo que se entregarían y le prestarían el pleito-homenaje que antes, mal aconsejados, le habían negado con grande detrimento suyo y de todo el país de Galicia.
Nombráronse negociadores para tratar y firmar la paz (143) por una parte entre el expresado Siervo de Dios y la Iglesia; y por la otra los referidos ciudadanos, llegándose a un común acuerdo en las condiciones propuestas por uno y otro bando referentes a la rendición y se fijó día en que debía entregarse la ciudad y su dominio y prestarse por la misma el Pleito-homenaje absoluto. (144)
Este día fue el 27 de Septiembre; el cual llegado y convocados los vasallos de la Iglesia y los Concejos de Pontevedra, de Padrón y de Noya, el Siervo de Dios, acompañado del Reverendo en Cristo Padre D. Rodrigo obispo Lucense y de todas las dignidades y canónigos de su Cabildo, con los vasallos y Concejos mencionados se acercó a la villa por el monte de Santa Susana llevando consigo cuatro procuradores de dicho Concejo (145) y de otros doce ciudadanos que habían sido presos en el día de la muerte de los impíos. (146)
Detúvose el Arzobispo, cerca de la Iglesia (147) en un lugar ya dispuesto expresamente para este acto; y allí celebró Cabildo (capítulo) con el obispo de Lugo, con sus hijos y vasallos, (148) con los Abades de San Martín Binario y de Ante-Altares, con Fray Gonzalo de Saz del Orden de Predicadores que había sido el principal negociador y procurador de la paz en compañía de los citados Abades y del hermano Hernando de Albanza (149) vasallo fiel de la Iglesia, rodeándoles numerosas muchedumbres de gentes de ambos sexos que llegaba de todas partes.
Entonces salieron de la ciudad a recibirle, precedidos de un hombre que conducía un extenso estandarte del Santo Apóstol, los Justicias que a la sazón eran de la villa (de Compostela) y se llamaban Juan Bello y Sancho Pérez Buigareto, acompañados de otros caballeros de los más ilustres de la dicha villa y de otra numerosa multitud de ambos sexos, del pueblo.
Y postrados todos a los pies del venerable Padre y Señor, pidiéndole humildemente perdón de las injurias contra él cometidas, ofreciéronle, como dueño, las llaves de la ciudad con el Sello (150) y otras cosas que se sabe pertenecen al reconocimiento del temporal dominio, depositándolas en sus manos los referidos Justicias (o gobernadores) en todo el Concejo, y quedando así manifiesta la completa posesión (señorial) sola y libre y sin contradicción alguna para él y para su Iglesia.
Así también pasaron a prestar el juramento y pleito-homenaje en manos de Gundisalvo (151) vasallo de la Iglesia, no solo de fidelidad y servidumbre al Arzobispo sino a sus sucesores, y reconociendo y acatando todos sus derechos y dominios y prometiendo por tanto ellos como sus hijos permanecerían leales a la Iglesia y que en lo sucesivo no intentarían jamás revelarse contra sus prelados.
Hecho, pues, de este modo solemne el reconocimiento, el Arzobispo absolvió a los que se hallaban presentes (152) de las censuras y excomuniones impuestas por el Papa y por él mismo, su Legado, y en las cuales habían incurrido negándole a la Iglesia el dominio de la villa; pero exceptuó de esta absolución a los que le habían cercado en el templo, ( aunque después y en virtud de especial delegación que le concedió el Sumo Pontífice les absolvió también). Repartió luego los oficios y entregó las llaves de cada una de las puertas y también las tablas del Sello a los ciudadanos después de haberles recibido primero, a los designados, nuevo pleito homenaje acerca de estas cosas en un Concilio que convocó al otro día siguiente (153) en el monasterio de San Pelayo de Ante-Altares.
Reunido este Concilio en presencia de los venerables varones Lorenzo Pérez, Chantre, Bartolomé, Juez, y Nuño González, canónigo, que tenían la representación del Arzobispo en estos asuntos, todos y cada uno de los asistentes al acto, aprobaron y reiteraron las promesas, y se ratificaron en el pleito homenaje ante los notarios todos y cada uno de los del Concejo, confirmando por juramento todas estas cosas según más extensamente se contiene en las escrituras pasadas.
Fueron hechos y firmados solemnemente estos documentos de firmeza en el año del Señor MCCCXX siendo Papa el Santísimo Padre D. Juan XXII, reinando Don Alfonso (XI), constituido en la menor edad, y a presencia del Reverendo en Christo Padre Don Rodrigo obispo Lucense y del Cabildo Compostelano, y de los fieles vasallos de la Iglesia, a saber: Pero Alvarez // Juan Velázquez Sarassa // Suero Gómez // Rodrigo Sorge // Juan Martínez // Pero Martínez // Fernando Fernández de Abanza // Gonzalo Peláez // Gonzalo Sorge // y otros muchos vasallos leales y nobles, venerables y religiosos, Abades de Ante-Altares, y de San Martín de Afuera // del Prior del monasterio de Sar // del Prior de los Hermanos Predicadores del convento de Compostela y del hermano Gundisalvo, antes dicho. (154)
También fueron presentes al otorgamiento de estos documentos públicos muchos otros testigos, religiosos y seglares, clérigos y legos; y escribiéronlos, signároslos y de ellos dieron fe los notarios Compostelanos Alfonso Yáñez y Andrés Pérez, siendo sellados con los sellos del Arzobispo, del Cabildo y del Concejo para mayor y más solemne confirmación de lo estipulado junto a la Iglesia de Santa Susana en el día (anterior) 27 de Septiembre. (155)
IV
Terminadas estas cosas de la rendición de Santiago, el arzobispo volvió en aquel mismo día (156) a su castillo de la Rochafuerte donde se detuvo unos cuantos días, trasladándose después a la Rocha de Padrón; y convocados sus vasallos y caballeros tuvo allí consejo con ellos y acordó dirigirse inmediatamente sobre la tierra de Deza que el traidor Alfonso, de nefando recuerdo, había poseído en tenencia de la Iglesia compostelana y que retenían, levantados en armas, sus parientes.
Salió, pues, de Padrón el día 15 del mes de Octubre, y llegó, en compañía de sus vasallos y del Concejo de la ciudad de Santiago al monasterio de San Juan de la Cueva. (157) Desde aquí, el Siervo de Dios, profundísimo en discreción quería de tal suerte ordenar las cosas acerca de aquella tierra, que después de conquistarla, como lo hizo, no pudiesen sus poseedores en lo sucesivo levantarse contra la Iglesia y su Prelado del modo que lo había hecho el citado traidor Alfonso. Pretendía también el Arzobispo posesionarse de todas las fortalezas de dicho traidor y desde ellas disponer lo que le pareciese más conveniente al bien de su Iglesia, apoderándose asimismo de los castillos que defendían los vasallos que con él habían sido autores y cómplices o auxiliadores de la rebelión, no sin poner antes en prueba, si dichos vasallos y parientes del traidor, volviendo en si, querían reconocer los males hechos y prestar alguna reparación a las injurias inferidas al Siervo de Dios y a su Iglesia.
¡De este modo se dignaba el misericordioso Padre acoger en el seno de su clemencia a los que, mal aconsejados nada dejaran de hacer en detrimento suyo!
Con este propósito, (más viendo que en su obstinación no se rendían), el virtuoso Padre, saliendo el día 16 del mismo mes (158) del monasterio referido acompañado de sus vasallos y caballeros y el Concejo de la ciudad de Santiago, llegó a la fortaleza de García Rodrigo de Ledesma, vasallo de la Iglesia, el cual había permanecido continuamente al lado del Traidor en la rebelión citada; pero sabedor, por otra parte, (Garci-Rodrigo) de la llegada del Arzobispo, abandonó la fortaleza no quedando nadie en ella, y habiendo dicho Padre y Señor mandado se destruyese y arruinase totalmente, fue su orden al instante ejecutada.
Concluido esto se dirigió en el mismo día (159) al monasterio de San Lorenzo de Carboeiro donde se detuvo algunos más, esperando que los parientes del traidor Alfonso y otros secuaces suyos quisiesen reconocer los males que habían hecho y volverse al seno misericordioso de su Padre y de su Iglesia; pero ellos tuvieron a mengua ejecutarlo así, obstinados en su perversidad, a pesar de las repetidas veces que fueron amonestados. (160)
Por cuya razón marchó el día 19 del mismo mes (de Octubre) con toda su comitiva hacia Gallegos, fortaleza de Diego Gómez de Deza vasallo de la Iglesia que había sido uno de los autores de la rebelión y auxiliador de Alfonso y hallola muy guarnecida de hombres y armas y abastecida de víveres.
Era esta fortaleza construida de firmísimos muros y habíase aprestado para una larga resistencia; pero cuando ya estaba preparada una máquina para derribarla viendo el citado Diego que era cosa dura el dar coces contra el aguijón, e inspirándose en más saludables y acertados consejos, se entregó con la fortaleza y todo lo suyo (161) en poder del referido Padre y Señor, reconociendo que había obrado mal contra él y su Iglesia y suplicando humildemente le otorgase el perdón de todos los daños cometidos.
Este perdón mezclado con la justicia, no le negó su compasivo Padre, (162) pues no le tomó en cuenta los delitos perpetrados contra su persona, y le restituyó las tierras de la Iglesia de que había sido privado a causa de su adhesión al Traidor; mandando, ciertamente, derrocar dicha fortaleza y destruir hasta sus cimientos. (163)
Terminado esto, trasladose el arzobispo a la casa fuerte de Chapa el veintiuno de dicho mes, (164) la cual casa se hallaba entonces en poder de los sobrinos (¿) (165) de dicho Traidor Alfonso, y muy preparada y dispuesta para la resistencia y aprestados los hombres que la ocupaban para defenderse.
Mas como el arzobispo poseía y conducía consigo una máquina apropósito para la destrucción de estas fortalezas (166) consideraron inútil todo esfuerzo temerario los sitiados y entregáronse en dicha casa a su virtuoso Padre y Señor el día 27 del propio mes. (167)
Quiso ordenar el arzobispo la demolición de esta fortaleza; mas conociendo, empero, que su conservación era necesaria y muy útil para la custodia de las tierras de Deza y defensa de los bienes de la Iglesia Compostelana, después de celebrar un detenido consejo con los suyos, mandó que la mencionada casa permaneciese intacta; y dejando en ella un Alcalde marchó el día XXVIII del mismo mes (168) a poner cerco a la fuerte y soberbia casa que, como la anterior se hallaba en poder de los sobrinos de dicho traidor Alfonso. (169)
No halló el arzobispo a sus defensores con ánimo ni propensos a entregarse, antes más bien se habían preparado y estaban empeñados en su resistencia.
Mas hallábase preparada la máquina el día 1° de Noviembre para el derribo de la fortaleza, (170) cuando viendo los hombres que la defendían que en modo alguno les sería posible sostener el embate de la fuerza, llamando a uno de dichos sobrinos requiriéronle a que se entrase en convenio con el Siervo de Dios, a fin de que recobrase su casa, que de manera alguna ellos no podían defender.
Oídas estas advertencias y movido por razonables consejos, dicho sobrino del traidor (Alfonso) se decidió a acercarse al virtuoso Padre y re conocer los grandes males que le había inferido a su persona y a su Iglesia, entregándose enteramente en su poder, por si con dicha casa y todas las cosas que le pertenecían no sólo en nombre suyo, sino en el de su hermano, para merecer el perdón de nuestro Siervo de Dios. (171)
Concedióselo este bondadoso Padre, no sólo olvidándose de las maldades cometidas contra su persona sino contra su Iglesia; y por más que estaba obligado a defender sus bienes y que estos malvados no lo merecían, le devolvió la parte de las tierras que habían pertenecido al Traidor, cediendo a las instancias de sus caballeros y varones distinguidos (172).
No obstante, advirtiendo que desde dicha fortaleza (que acababa de tomar) se causaban innumerables daños y grandes perjuicios a las tierras de la Iglesia mandó derrocarla hasta los cimientos.
Por espacio de siete días había estado el Arzobispo con sus vasallos y soldados delante de la soberbia casa en medio de los campos y habitando en malas tiendas de campaña construídas para el momento de hallar abrigo contra los rigores de un muy crudo invierno; pero todas estas fatigas e incomodidades le parecían llevaderas a nuestro Siervo de Dios, mientras se trataba de restablecer los derechos de su Iglesia, hasta entonces completamente abandonados. (173) Y habiéndose terminado la demolición de la fortaleza ordenó el regreso y llegó en el mismo día al monasterio de San Juan de la Cueva no descansando allí más que una noche, pues a la siguiente mañana propúsose dirigir su ruta hacia su castillo de Rocha fuerte.
No obstante, para que no pudiese acusársele de ingratitud para con el Santísimo Apóstol por haber recibido tantos beneficios de su divino auxilio y protección, determinó primero visitar su morada, lo que había hecho aún desde que se le rindiera y entregara el dominio de la ciudad. Fue,pues, a dar rendidas gracias al Dios Altísimo y a su Apóstol Santiago por haber sido colmado de felicidades en todas sus empresas y aceptado sus votos, entrando en este día (174) en la villa de San Jacobo; visitó la Basílica con gran devoción y reverencia dando gracias y alabanzas de todo corazón a Dios y al Apóstol por los maravillosos beneficios y evidentes auxilios celestiales que les habían dispensado y fue recibido por el pueblo y por el clero con grandes honores y homenajes, alborozándose con mil danzas y saltando de regocijo todos los ciudadanos, los cuales al salir el Arzobispo del templo le fueron acompañando con sumo respeto y reverencia hasta el castillo de Rocha fuerte, así como los ciudadanos que le habían servido en las jornadas de Deza (175).
Estuvo en aquella fortaleza hasta el día 11 de Noviembre en el que celebró un Sínodo o Concilio de clérigos en la Iglesia de Santiago, volviendo luego otra vez a la Rocha fuerte para descansar algún tanto de los trabajos sufridos.
Fue entonces cuando hizo se concluyese la torre llamada de la Trinidad que su antecesor había dejado sin acabar (176) y mandó también construir frente a esta, otra torre de prodigiosa altura y gran solidez y muy costosa, para que sirviese de defensa a la Iglesia y pudiese conservar y asegurar el dominio de la ciudad que él había adquirido a costa de grandes fatigas y trabajos y por la mediación del Apóstol, el cual conquistado dominio, ciertamente que jamás tuvo la Iglesia tan absoluto y cumplido como ahora.
Esta torre que hizo construir se llama Berenguela, nombre que tomó del suyo Berenguel, y en su cúspide mandó colocar la máquina para mayor seguridad de lo antes dicho (177).
V
En estos días (178) el Santísimo Padre Juan XXII había enviado a los reinos y tierras del ilustre rey de Castilla y León como nuevo embajador al reverendo en Cristo Padre Fr. G. Sabino (179), obispo que era de hermanos predicadores, con el fin de mejorar el estado de los dichos reinos y poner paz entre los ilustres y poderosos varones que lo gobernaban, y eran estos el infante D. Felipe, (180) Juan de Vizcaya, hijo de Juan, antiguo infante y Juan de Manuel, en otro tiempo también infante. Entre estos, y a causa de la tutoría del rey Alfonso constituido en la menor edad, habíase originado por intervención de los ministros de Satanás no pequeña discordia que acarreaba excesivos perjuicios a todo el país y cada día tomaba mayor incremento. Por esto el nuevo embajador convocó a todos los prelados de dichos reinos y los citó personalmente para que concurriesen junto a él mismo en la ciudad de Palencia donde entonces se hallaba a fin de deliberar y resolver la manera como debía procederse acerca de estas cosas que (el Santo Padre) le había encomendado y encargado muy extremamente por cuyo motivo fulminó graves censuras contra los prelados que dejasen de asistir al referido Concilio.
Y por mas que nuestro Padre y Señor había recibido del expresado Sumo Pontífice Juan, muchos encargos para que no acudiese a dicha Junta (de Palencia), pues por medio de sus letras le había dispensado (181) reconociendo el peligro de las emboscadas que el Siervo de Dios temía con fundamento en el camino durante el viaje, (182) anteponiendo el bien público al propio ya se determinaba a responder prontamente a dicha convocatoria y se hallaba ya arreglando todo lo necesario para su expedición al Concilio, cuando en este tiempo mismo cierto caballero noble y principal llamado Alvaro Sánchez de Ulloa que residía en los dominios del rey (183) mató a algunos vasallos de la Iglesia, hirió a muchos y encerró a otros en las mazmorras de su fortaleza llamada Felpes, para hacerles después, como les hizo, una extorsión de gran cantidad de dinero.
Consideró el Arzobispo como injurias inferidas a su persona los graves tormentos causados a sus vasallos y habiendo enviado mensajeros con cartas de su parte para el citado caballero, le requirió muchas veces y amonestó a que procurase reparar cuanto antes semejantes injurias hechas a él, con daño a los suyos, pues de otra manera le obligaría a exigirle por si mismo la reparación y aplicarle el condigno castigo por la violación de las tierras del dominio de la Iglesia, a cuyos avisos, lejos de moderarse el referido noble, poco previsor o empedernido en su malicia, agregó muchas y muy injuriosas palabras a las malas obras prometiendo realizar nada menos las altivas amenazas malignamente proferidas contra nuestro Padre y Señor. (184)
Oyendo estas respuestas el Siervo de Dios, fortalecido con la protección del Santísimo Apóstol Santiago quiso poner en práctica lo que de palabra había dicho (no tanto por humillar la soberbia del noble Alvar Sánchez) sino mas bien para que los demás grandes de las tierras circunvecinas no se atreviesen a hacer otro tanto con los bienes y dominios de su Iglesia (185).
Habiendo, pues, reunido sus soldados y vasallos y llevando consigo al Concejo de la Ciudad de Santiago (186) se acercó el día 28 de Julio (1321) a la mencionada fortaleza de Felpes, situada fuera de los dominios de la Iglesia; mas al día siguiente (el 29) habiéndosele aplicado fuego a dicha fortaleza, después que sus defensores fueran invitados a entregarla al Siervo de Dios, quedó completamente arruinada y destruida.
Teniendo noticia de tal suceso los nobles de las tierras colindantes y que como Alvar Sánchez de Ulloa poseían sus fortalezas fuera de los dominios de la Iglesia y próximas a Felpes, no demasiado atemorizados por lo que se había hecho, espontáneamente se acercaron al Siervo de Dios haciendo pleito homenaje por dichas fortalezas y prometiendo bajo el mismo juramento que desde dichas fortalezas no se haría daño alguno a las tierras de la Iglesia y si alguno se lo infringiese en cualquiera tiempo quedaban obligados y dispuestos a repararlo según el mandato y voluntad del Señor Arzobispo, fuese. (187)
Y como en los trances apurados se ilumina el entendimiento y este conduce a veces a los extraviados al conocimiento de si mismos, por eso viendo aquel noble indiscreto y soberbio las cosas que contra él se habían hecho, inspirado en más acertado consejo se fue junto a dicho Padre y Señor pidiéndole perdón de las ofensas cometidas, y subyugándose él y todo lo suyo (188) a la misericordia del Siervo de Dios.
Este, por cuanto había germinado en su seno, desde la infancia, la compasión para la justicia de sus vasallos y súbditos que la suplicaban se compadeció del mismo, perdonándole los delitos que había cometido y recibiéndole por vasallo suyo y de su Iglesia, al que también señaló, además de los bienes un sueldo anual para su sustento (189).
Arregladas estas empresas regresó el Arzobispo a su castillo de Rocha –fuerte (190) para tratar allí nuevamente de su viaje a Castilla; y quiso ordenar, entre otras cosas, que continuase en su vigor y recibiese cada vez mayor incremento la justicia que tanto florecía por la voluntad de Dios y por la intercesión del Beatísimo Jacobo en las tierras sujetas al dominio de la Iglesia por el ingenio y ministerio del Siervo de Dios. Jamás había llegado a tan alto grado.
Tan grande era, pues, la Justicia, que cada cual poseía sin traba alguno lo que era suyo, cosa en Galicia rara y también desconocida. (191)
Para conseguir esto, celebró su Cabildo un Concilio, nombró sus Vicarios en cuanto al gobierno de las cosas espirituales, y convocados algunos de los vasallos con los Pertigueros menores a quienes entonces estaba encomendada la debida ejecución de la Justicia ordenó a presencia de aquellos que debían de quedar como Vicarios, y a la del Concejo de la ciudad de Santiago, de que modo los referidos Pertigueros debían mantener los derechos de la Iglesia y ejercer virilmente la Justicia en todas las ocasiones. Asimismo eligió como Pertiguero Mayor del Arzobispado a D. Rodrigo Soga, su fiel vasallo (192).
Ordenadas así las cosas y terminados los aprestos de viaje, emprendió su jornada el día 21 de Octubre (193) acompañándole muchos y los mejores de sus vasallos y otros caballeros e hijosdalgo que continuamente se le agregaban en el camino y a quienes dio grandes regalos y muy crecidos sueldos (194).
Llegó así a Palencia con el obispo Auriense (195) y la escolta de sus vasallos, el día 16 de Noviembre, habiendo pasado por las tierras de D. Juan de Vizcaya, en las cuales fue muy obsequiado por éste y por su madre Doña María. En Palencia, el citado día XVI, fue recibido con grandes honores y respeto por el cardenal, (196) sus familiares y otros prelados de Castilla y León que con este embajador se hallaban reunidos.
Allí, nuestro Padre y Señor en compañía del Legado y entre los prelados, resplandecía con más claridad que la luz del sol por sus puras costumbres y se distinguía entre todos por su religión, talento, prudencia, santidad y sabiduría; y permaneció en Palencia hasta el XV de Diciembre en que dicho Legado y otros prelados, salieron con él de aquella ciudad emprendiendo su marcha hacia Valladolid, donde debía celebrarse Concilio acerca de la reforma del estado de dichos Reinos (197).
En Valladolid, los referidos señores Infante D. Felipe, D. Juan, señor de Vizcaya y D. Juan, hijo del Infante D. Manuel, fueron elegidos, aunque en discordia, tutores del rey de Castilla y León por los prelados asistentes al Concilio, más estando en él, nuestro Padre y Señor se detuvo en una aldea que se llama Mucientes, con sus vasallos y con los obispos de Orense y Coria, sus sufragáneos, permaneciendo allí hasta la octava de la Resurrección del Señor. (198)
VI
En este tiempo el arzobispo recibió letras del Santísimo Padre y Señor el referido Papa Don Juan XXII, acerca de la reforma en los negocios y de la paz entre el rey de Portugal y su hijo primogénito, entre quienes, por tentación de Satanás e intervención de su ministros se había originado una tan profunda discusión, que amenazaban a todo aquel reino próximos peligros y daños. (199)
Recibidas que fueron con toda reverencia estas cartas de Su Santidad, el Arzobispo salió inmediatamente de la aldea donde se hallaba, dejando el Concilio de dicho Legado según le mandaban expresamente, por más que no estuviesen, todavía elegidos, definitivamente, los tutores; y el miércoles, después de la mencionada octava de la Resurrección del Señor, se encaminó directamente a Portugal, acelerando su marcha cuanto podía, con objeto de restablecer la paz entre los mencionados padre e hijo. (200)
Sabedor el rey (de Portugal) de la llegada del Arzobispo, procuró poner término, cuanto antes, a la disensión que dividía el reino, poniendo coto a lo preparado; y queriendo Dios ahorrar trabajo a su Siervo, ya antes de su llegada junto al rey y a su hijo, restableciéndose la paz entre ambos. (201)
A pesar de esto, nuestro Padre y Señor marchó junto al rey, y llegó al punto denominado Santarén donde entonces residía con la corte, el día 18 del mes de Mayo. (1322)
A bastante distancia de la ciudad le salió a recibir el soberano con sus condes, vasallos y soldados, (202) conduciéndole con gran veneración y tributándole los debidos honores; y deteniéndose (el Arzobispo) en Santarén más de ocho días, (203) procuró en este tiempo por todos los medios que estuviesen a su alcance, afirmar para siempre la paz establecida entre padre e hijo.
Después de esto, y después de haber recibido del rey y de sus familiares excesivos obsequios, sumamente honorificazo de palabra y obra salió de Santarén el día 27 del mismo mes (de Mayo de 1322) y el tres de Julio llegó al puerto de Portugal, (Oporto) donde entonces residía el Infante, (204) hijo de dicho Rey.
Fue recibido por él, por sus soldados y grandes varones con los mismos honores que en Santarén y muy respetuosamente tratado. Detúvose allí (en Oporto) algunos días, (205) y afianzó por los medios que halló a su alcance, según antes queda dicho, la paz arreglada entre el príncipe y su padre, después de lo cual salió el día siete del mismo mes camino recto hacia su ciudad de Compostela, (206) entrando en ella el día 16 del propio mes (de Julio de 1322) y siendo recibido por sus ciudadanos y vasallos con inmenso regocijo y fiestas, tributándosele grandes honores.
Después, (por auto público y solemnísimo) absolvió a los dichos ciudadanos, por autoridad apostólica que expresamente se le había concedido, de las sentencias y censuras eclesiásticas en que habían incurrido al sublevarse contra él y su Iglesia, negándole el dominio de la ciudad y también al sitiarle empedernidos (dentro de la catedral) con gran maldad, olvidados de su propio bien: y pronunciada la absolución celebró la primera misa solemne en la siguiente festividad de Santiago, (207) en el mismo altar del Santísimo Apóstol, haciéndolo con gran devoción, y en cuya misa, ciertamente los expresados ciudadanos y también otras muchas gentes del país hicieron al Siervo de Dios abundantes oblaciones (208) y el hermano Hugo y el hermano Bernardo del antedicha Orden de Predicadores dieron, en verdad, en ofrenda, la CABEZA DEL SANTÍSIMO JACOBO ALFEO, traída desde antiguos tiempos a la Basílica del Beatísimo Jacobo Zebedeo, que estaba en una humilde urna y procuró (el Arzobispo) se trasladase a un lugar de más reverencia. (209)
Mandó, también, fabricar una cabeza de plata de admirable belleza y gran valor en la que colocó las sacrosantas reliquias, esto es: la cabeza de Jacobo Alfeo, hallándose presentes los venerables varones Martino de Bernardo, P. hermano Cardenales y Aymunto, canónigo de Santiago de la Sede Compostelana y los religiosos siervos Gecelmo, del Orden de San Benito y el Prior Compostelano, hermano del Orden de Predicadores, (210) y el hermano Hugo y el hermano Bernardo, de dicha Orden de Predicadores, compañeros del referido Padre y Señor, y con asistencia de otros muchos colocó dichas reliquias con gran devoción y reverencia y por sus propias manos en dicha cabeza de plata, cuyas reliquias llevolas después en sus manos exhibiéndolas a la adoración de todos en la procesión de la Natividad siguiente del Señor. (211)
Finalmente, mandó construir, asimismo, encima del palacio Arzobispal una muy fuerte torre de admirable belleza y valor para la defensa de dicho palacio y de la Iglesia, y muy útil y necesaria para habitar aquella morada. (212)
Muchas otras cosas, ciertamente maravillosas e inauditas hizo el repetido Siervo de Dios, para reformar el estado de toda la tierra de Galicia y para mantener la Justicia que, en su tiempo fue tanta, como nunca había sido; cuyas cosas apenas puede explicarlas la humana lengua.
Todos y cada uno de estos hechos LOS VIO POR SUS PROPIOS OJOS el que esto HA ESCRITO, SIENDO COMPAÑERO INSEPARABLE en la tribulación y en el reino del referido Padre y Señor y dando todo testimonio de verdad. ¡Bendigamos al Señor! ¡Demos gracias a Dios! Amén. ¡Quien esto escribió, que a escribir vuelva y siempre con el Señor viva! (213) Amén.
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